Queridos hermanos y hermanas:
¡El Señor os dé la paz!
Es Pascua, el día que ha hecho el Señor
(cf. Sal 117).
El
que fue colgado de un madero, Dios lo ha resucitado. Y a nosotros se nos encargó
predicar y dar testimonio de cuanto ha sucedido (cf. Hch 10, 39-40. 42). Esa es nuestra misión:
comunicar a todo la gran noticia que ha cambiado la suerte de la historia:
Jesús que padeció bajo el poder de Poncio Pilato, murió y fue sepultado, al
tercer día ha resucitado y vive para siempre.
El próximo mes de octubre la Iglesia
celebra un nuevo Sínodo de Obispos, en el que tendré la dicha de participar en
nombre de la Unión de Superiores Generales. Esta vez el Sínodo estará dedicado
a la nueva evangelización.
Hagamos un poco de historia. El tema de la evangelización ya fue objeto de la
reflexión sinodal en 1974, cuando los padres sinodales se ocuparon de la evangelización en el mundo contemporáneo.
Fruto de aquel Sínodo fue la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo
VI, uno de los grandes documentos pontificios del siglo XX. En este documento,
concretamente en el capítulo II, el Papa se preguntaba: ¿Qué es evangelizar? A
esta pregunta daba una respuesta en el número 24 de dicha exhortación afirmando
que es un camino complejo, con elementos variados: “renovación de la humanidad,
testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad,
acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parece
contrastantes, incluso exclusivos. Y sin embargo son complementarios y se
enriquecen. Es necesario que cada uno esté integrado en los otros”. La evangelización
siguió siendo una de las atenciones prioritarias del pontificado de Juan Pablo
II, el cual, preocupado por el fenómeno de la secularización, acuñó la
expresión de nueva evangelización:
“nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en sus expresiones” (Haití
1983). En la exhortación apostólica Pastores dabo vobis
Juan Pablo II vuelve sobre el tema afirmando que la nueva evangelización exige
nuevo ardor, nuevos métodos, nuevo lenguaje para anunciar y testimoniar el
Evangelio. Benedicto XVI toma el testigo de sus predecesores y vuelve a
insistir en el tema de la nueva evangelización, instituyendo, con el motu proprio Ubicumque et semper,
un nuevo dicasterio con el objetivo de promover una evangelización renovada en
los países de vieja tradición cristiana que viven una secularización progresiva
y un “eclipse de Dios”. Y llegamos así al Sínodo de 2012 que, como ya dijimos, se
ocupará de la nueva evangelización. Y aquí nace una pregunta: ¿Cómo prepararnos
a este acontecimiento eclesial y, en cierto modo, participar activamente en él?
El Capítulo del 2009 nos invitó a
restituir con la vida y la palabra el don del Evangelio. En su documento final,
Portadores del don del Evangelio,
el Capítulo nos recuerda como “desde los primeros días la Fraternidad se
descubre llamada a anunciar aquello mismo que vive” (n. 7), el Evangelio, don
que está en su mismo origen (n. 6). Nos recuerda que estamos llamados a “acoger
el Evangelio y a restituirlo creativamente […], recorriendo los caminos del
mundo como hermanos menores evangelizadores con el corazón vuelto hacia el
Señor (n. 10). Nos recuerda que el inmovilismo y la instalación “que amenazan
con paralizar el dinamismo evangelizador” tal vez nos estén hablando “de una
crisis de fe que toca a algunos de nosotros” (n. 12). Nos recuerda que hemos de
ponernos encamino (n. 11), cruzar todo tipo de fronteras antropológicas,
culturales, religiosas y geográficas, y desde la lógica del don (cf. n. 12),
ser creativos (n. 9), hablar un lenguaje comprensible que tenga en cuenta los códigos
comunicativos de nuestro mundo y haga inteligible el mensaje que queremos
transmitir (n. 16), sentir simpatía por nuestro mundo (n. 7) y tener en cuenta
la realidad socio-cultural de nuestros pueblos (n. 14), de tal modo que podamos
encarnar el mensaje evangélico en los diversos contextos en que vivimos”
(n.16). Nos recuerda, en fin, el marco dentro del cual ha de encuadrarse
nuestra
evangelización. Ésta ha de estar sostenida por una fuerte experiencia de Dios,
ha de hacerse desde y como fraternidad, en colaboración con los laicos y la
familia franciscana, privilegiando los claustros inhumanos,
la zonas difíciles, de riesgo y de cercanía a los más pobres, a los que más
sufren y a los excluidos (cf. mandato 13).
Todo
un programa y toda una metodología. Pero, sigamos preguntándonos: ¿Todo ello
qué exige?
Sintetizando mucho, yo diría que lo que
exige la nueva evangelización es, sobre todo, pasión por la Palabra. “¡Ay de mí
si no evangelizara!”, dirá el Pablo (1Cor 9,16).
La evangelización no es algo facultativo, es algo que me incumbe en primera persona.
No puedo ser cristiano, no puedo ser religioso sin evangelizar. Quien se haya encontrado
con el Señor y haya hecho experiencia del Resucitado, no puede tener esa
experiencia para sí, sino que siente la urgencia de comunicarla, y restituirla
a los demás. La nueva evangelización habla, por tanto, de una experiencia
intensa que califica la propia identidad, implica toda la persona, y que
comporta sentirse y comprenderse solo desde ese servicio. Todo ello es lo que
lleva a la pasión, al descubrimiento de que en ese ministerio se esconde el yo
verdadero, lo que soy, y lo que estoy llamado a ser. Y si hay pasión, entonces
la evangelización será llevada a cabo con creatividad, con fantasía, con plena dedicación
y generosidad, en cualquier etapa de la vida, también en la enfermedad y
debilidad física, aunque sea en modo diverso, desde la vida apostólica, como
desde el retiro claustral.
En
estos días, visitando a un hermano que hasta hace bien poco trabajaba en un
territorio misionero, me decía: “Desde siempre he pensado que mi vida era para
la misión.
Ahora
que he regresado a causa de la enfermedad, he descubierto que el Señor me llama
a seguir siendo misionero desde esta situación en que me encuentro. Quiero
seguir siendo misionero. Ofrezco mi vida y mis sufrimientos por las misiones,
por la difusión del Evangelio”. Este hermano, como Pablo, descubrió que la
evangelización era su vida. ¡Cuántos hermanos he encontrado en estos años que han
hecho ese mismo descubrimiento! Por todos ellos no ceso de dar gracias al
Señor.
La nueva evangelización, como toda
misión, nace de un hecho relacional y no puramente autorreferencial.
Responder
a la llamada de la nueva evangelización es sentirse llamado, conquistado y
urgido por el Señor que, como a tantos profetas, nos saca de nuestro pequeño mundo,
hecho de pequeñas o grandes seguridades, y nos coloca delante de un mundo mendicante de sentido,
sediento de plenitud, con la única certeza de que él va por delante: ve, yo te envío, no temas, yo estaré siempre
contigo.
En estos años de servicio a toda la Fraternidad he visto hermanos que, buscando
la autorrealización en las diversas tareas evangelizadoras, al final con lo único
que
se han encontrado es con un profundo vacío interior y una fuerte sensación de
haber perdido el tiempo. Al mismo tiempo he encontrado hermanos que,
conscientes de obedecer a una llamada, se han entregado sin reserva de ningún
tipo a la restitución del don del Evangelio, a
los de cerca y a los de lejos (cf.
Ef 2,
17) y, aún sintiéndose siervos inútiles, como todo trabajador en la viña del
Señor (cf. Mt 20,
1-16), han visto cómo el Señor iba haciendo crecer la semilla del Evangelio hasta
dar abundantes frutos (cf. Mc 4,
8).
En
la nueva evangelización no puede faltar esa conciencia de ser enviados. Es
entonces cuando la pasión por el Evangelio será vivida como urgencia, como un
verdadero imperativo existencial que lleva a poner la vida entera al servicio
de la pasión de Dios por la humanidad. Solo desde esa conciencia, la vida misma,
sostenida por una fuerte experiencia de Dios que “empuja” y “obliga” a ponerse en
camino, se convierte ella misma en evangelización, y el creyente se convierte,
como Francisco, en “Evangelio viviente”, en “exégesis viviente de la Palabra de
Dios”
(Verbum Domini, 83). Solo
desde esa profunda convicción de ser enviado, la evangelización dejará de ser
simple “operación” pastoral, o puro gesto filantrópico, y se saldará con un
fuerte amor y preocupación por el otro que le lleva a compartir el tesoro que
él mismo ha encontrado (cf. Mt 13,
44).
Nunca insistiremos suficientemente sobre
la necesidad de una fuerte experiencia de Dios para ser auténticos evangelizadores.
Solo desde un contacto permanente con él, solo cuando su Palabra queme nuestras
entrañas, como en el caso de los discípulos de Emaús, correremos a anunciar la
Buena Noticia (cf. Lc 24,
32-33); solo cuando nos dejemos encontrar por el Viviente, entonces nuestras puertas,
cerradas por el miedo o tal vez por una fatal resignación –a veces he oído
decir: no hay nada que hacer en esta situación-, se abrirán de par en par, y
sin temor a quienes nos pueden quitar la vida del cuerpo pero no la que perdura
(cf. Mt 10,
28), con nuevo ardor, audacia y valentía, obedeciendo a Dios antes que a los
hombres (cf. Hch 4,19),
daremos testimonio de aquel que después de padecer y morir, ha sido colocado a
la derecha del Padre y vive para siempre (cf. Hch
3, 15). Y entonces, los nuevos métodos exigidos por la nueva
evangelización no se harán esperar.
Cuando
contemplo la hermosa y gran epopeya misionera de la Orden, particularmente en el
lejano Oriente o en el continente americano, y cuando pienso a hermanos que en
su propia cultura o lejos de ella se entregan incansablemente a la tarea de la
evangelización, no puedo dejar de pensar a hombres profundamente enamorados de
Jesús.
Era
ese amor el que le llevaba a hacerse, como Pablo, “todo para todos” (1Cor 9, 22). Es desde el amor a Jesús, desde
una experiencia espiritual profunda marcada por el encuentro personal con él,
desde donde nace la motivación profunda y auténtica que lleva a uno a actuar a
favor de la redención de los hermanos y a consagrarse todo entero a la obra de
la evangelización.
Pasión por Cristo y pasión por la
humanidad, eso es lo que requiere la nueva evangelización. Ni la primera sin la
segunda, ni la segunda sin la primera. La pasión por Dios lleva necesariamente a
la pasión por el hombre, hijos del cielo e hijos de la
tierra, como decimos tantas veces. Siento la necesidad
de recordar la urgencia de salir de nuestro raquitismo espiritual; ha llegado
la hora de despertarnos del letargo, de dar sentido pleno a nuestra vida, de
hacer experiencia de salvación: ha sonado la hora de una nueva evangelización
que empieza por dejarnos habitar por el Evangelio y permitir que éste cambie
nuestro corazón, como cambió el corazón de Francisco y de tantos hermanos y
hermanas nuestros.
Se
dice que la juventud de hoy es una juventud sentada y renunciataria. Eso lo decimos
los adultos. ¿Qué dicen de nosotros los jóvenes? ¿No dirán lo mismo de nosotros
que nosotros decimos de ellos? Yo creo que en muchos jóvenes, también entre los
jóvenes hermanos y hermanas, hay tanta sed de espiritualidad auténtica,
sensibilidad a los grandes valores, búsqueda de nuevos valores, sed de verdad,
de autenticidad, de coherencia, hay pasión por Cristo y pasión por el hombre y
la mujer de hoy. Como también estoy convencido que eso mismo se da en tantos adultos.
Pero también estoy convencido que a unos y a otros nos sobra realismo
asfixiante, cansancio, rutina.
Siento que es urgente el que nosotros
mismos nos sintamos destinatarios de una nueva evangelización, de una anuncio
renovado del kerigma,
del primer anuncio, para luego proveer, de manera sistemática, no solamente puntual,
a anunciarlo a los demás. Siento que es necesario que nosotros mismos
encontremos palabras de esperanza, motivos para caminar hacia delante, con paso
ligero y sin tropiezos en los pies (cf. 2CtaCl
12), para luego proponer a los demás ese mismo camino de
esperanza. Siento que es necesario que hagamos nosotros mismos experiencia del
Dios revelado en Jesús, para poder ofrecerlo a quienes lo buscan, ¡y son
tantos!, respuestas vividas, y no solo grandes respuestas doctrinales, pero
pobres de vida. Y es que la nueva evangelización ya no puede hacerse con
slogans, con palabras preparadas por otros. La nueva evangelización necesita de
testigos que comuniquen lo que han visto, oído y tocado (cf. 1Jn 1, 1-3); testigos que no se homologuen
al contexto social actual, por miedo a ser rechazados, hasta el punto de ser
invisibles o difícilmente identificados como discípulos y misioneros, o
ineficaces y poco incisivos, poco proféticos y poco misioneros.
Necesitamos construir caminos de
iniciación en la fe, sin excluirnos a nosotros mismos de esos itinerarios, o
dar por supuesto lo que no se puede dar por supuesto, es más, lo que, como dice
Benedicto XVI en el motu proprio
con el que convoca el año de la fe, “a menudo es incluso negado” (La puerta de la fe, 2). “La
crisis de fe ha tocado a muchas personas”, sigue afirmando el Papa, y tal vez, podríamos
añadir, a algunos de nosotros. En este contexto no podemos permitir que la sal
se vuelva insípida y la luz permanezca escondida (cf. Mt 5, 13-16). Llamados a evangelizar,
primero hemos de dejarnos evangelizar nosotros mismos. Solo entonces podemos
ver la sociedad secularizada en que nos ha tocado vivir no tanto como una
amenaza, sino como una oportunidad, un nuevo areópago para anunciar al Dios
vivo; ese Dios desconocido por muchos, pero que constituye el sentido último,
pleno y definitivo de la vida de todo ser humano. En el contexto secularizado
en que estamos viviendo y que ciertamente va más allá de Europa ¿cómo
anunciarlo? Solo algunas pistas:- Siendo ecos de la Palabra de Dios. En la
nueva evangelización tenemos que hablar con Dios, hablar de Dios y dar voz a un
Dios que parece guardar silencio y que muchas veces parece que no escucha. -
Siendo elocuentes silencios. Palabra y silencio son complementarios en la
evangelización. El peligro entre nosotros es hablar mucho de Dios y escuchar
poco a Dios; hablar mucho a los hombres y escucharles poco.
Nos
da miedo el silencio y sin embargo es necesario, huimos de la escucha, y sin
embargo hoy es más importante que nunca. El misterio de Dios, como nos dice san
Agustín, se sugiere, se indica, se gusta y se hace gustar. Es inútil pretender
abarcarlo con la palabra. Por ello hemos de cultivar más el silencio habitado que nos
abra al misterio de Dios revelado en Cristo y acalle nuestras manipulaciones de
Dios.
-
Siendo imágenes y testimonios significativos, narraciones y símbolos relevantes.
Tenemos que aprender el arte de presentar los contenidos doctrinales de manera narrativa
e icónica. El agente de la nueva evangelización introduce a los demás en el
mundo de los símbolos, de la Palabra hecha narración, de la celebración.
-
Siendo apóstoles de la alegría. Leon Bloy dice que “la alegría es el signo
infalible de la presencia de Dios”. Si el Evangelio es buena noticia, la nueva
evangelización se llevará a cabo con la sonrisa, no con cara de “viernes santo”.
El Apóstol nos recuerda que el Hijo de Dios es el “sí” de Dios (cf. 2Cor 1, 18ss). Los mensajeros del Evangelio no
pueden ser un “no”.
-
Y todo en fraternidad. Para todo religioso, y máxime para un franciscano, ningún
proyecto de evangelización es individual. Es siempre la fraternidad la que evangeliza.
La nueva evangelización ha de realizarse, por tanto, con el testimonio de la
vida fraterna.
El anuncio del Evangelio hoy se sitúa
entre missio ad gentes y
nueva evangelización. Es innegable la crisis
de fe. Ésta se manifiesta unas veces en la indiferencia, otras en el alejamiento de la comunidad
de los creyentes.
Pero
también es cierto que entre los que se confiesan agnósticos y ateos hay muchos
que buscan a Dios. Esto nos da esperanza y fuerza para seguir anunciando el
Evangelio, sin miedos y sin triunfalismos, pero seguros en el poder de Aquel al
que anunciamos resucitado y presente en medio de nosotros, y en la verdad de su
mensaje. La nueva evangelización es una llamada a conocer, amar y servir no una
cosa, ni siquiera una doctrina, sino una persona: la persona de Jesús. Es pascua:
¡Id, hermanos y hermanas, anunciad y testimoniad la buena nueva del Evangelio, a los de cerca y a los de lejos, con nuevo ardor, nuevos métodos y
nuevas expresiones! ¡Cristo ha resucitado! Sí, ¡verdaderamente ha resucitado!
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Roma, 19 de marzo de 2012,
Solemnidad de San José
Prot. 102711
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Ministro general, OFM
Quisiera apuntar una idea que el Ministro General con mucha certeza señala. Tal comentario surge a la Luz del documento de Aparecida y proviene del Padre José Marins:
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Por lo que desde la lógica del don, es necesario despertar esa perseverancia creativa a la luz de la fe.