jueves, 19 de enero de 2012

Mensaje del Sr. Obispo Don Francisco Moreno Barrón a los franciscanos en Tlaxcala.

ENCUENTRO DE LOS PAPAS INOCENCIO III Y BENEDICTO XVI CON LOS FRANCISCANOS
A LA PROVINCIA FRANCISCANA DEL SANTO EVANGELIO




Convento de Santa Ana Chiautempan
Tlaxcala, Tlax.; mayo 28 de 2009
Más de 2000 franciscanos, en representación de los 35 mil frailes de las cuatro ramas de esta familia religiosa presente en 65 países del mundo, se congregaron del 15 al 18 de abril pasado para recordar en Asís el octavo centenario de su fundación, en abril de 1209, por parte del Papa Inocencio III, cuando aprobó la Regla de san Francisco y por tanto la nueva Orden.
A la edad de 28 años, el joven Francisco Bernardone caminó desde Asís hasta Roma con sus 11 compañeros y se presentaron ante el Papa Inocencio III para pedirle que reconociera y aprobara su proyecto de vida evangélica. Se trataba de una empresa difícil. Algunos recomendaban a Francisco que siguiera los caminos que ya existían en la Iglesia, como la vida eremítica o monástica, pero él quería otra cosa: quería vivir el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo con sencillez y alegría. Él mismo nos lo narra en su testamento: “Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas y sencillas palabras y el señor Papa me lo confirmó” (T.14-15).
Aquella primera Regla consistía en algunas citas del santo Evangelio y unas pocas indicaciones concretas para vivir la forma de vida evangélica. El Santo Padre escuchó a Francisco y sus hermanos, aprobó oralmente su propuesta, les bendijo y les dijo: “Vayan con el Señor, hermanos, y, según Él se digne inspirarles, prediquen a todos la penitencia. Cuando el Señor les multiplique en número y en gracia, me lo contarán llenos de alegría, y yo les concederé más favores y con más seguridad les confiaré asuntos de mayor trascendencia” (Celano, Vida Primera 33).
Llama la atención que en ese tiempo los Papas no favorecían ni aprobaban nuevas reglas, sino que a las nuevas fundaciones les pedían que asumieran las reglas ya existentes, como en el caso de los Dominicos que hicieron suya la Regla de san Agustín. El canon 13 del Concilio Lateranense IV establecía: “Para que una excesiva diversidad de religiones (es decir, de reglas y de fundaciones religiosas) no conduzca a una seria confusión en la Iglesia de Dios, prohibimos firmemente que en el futuro se funden nuevas religiones; y quienquiera que desee convertirse a una nueva religión, tome alguna de las ya aprobadas. Igualmente, aquellos que deseen fundar una casa religiosa en el futuro, adopten la regla e institución de las religiones ya aprobadas”.
En esta exposición queremos resaltar que a san Francisco, el Papa no le exigió que adoptara otra regla canónica, sino que le aceptó verbalmente la suya, si bien fue el 29 de noviembre de 1223 cuando el Papa Honorio III aprobó formalmente el documento al que ordinariamente se da el nombre de Regla de san Francisco de Asís, la cual ha sido considerada una de la cuatro grandes Reglas de la vida religiosa de la Iglesia, junto con la de san Basilio (religión eremítica), san Agustín (religión canonical) y san Benito (religión monástica).
Cinco años antes de su muerte, san Francisco de Asís llamó a 5000 frailes para lo que fue el Primer Capítulo General de los Franciscanos, celebrado en Santa María de los Ángeles y que entonces se llamó de las “Esteras”, pues en aquella ocasión, por falta de lechos, los frailes durmieron en “esteras”.
A ocho siglos del encuentro de san Francisco con el Papa Inocencio III y evocando aquel primer Capítulo convocado por su fundador en 1221, se ha celebrado en torno a la Porciúncula un nuevo Capítulo internacional e inter obediencial, llamado también de las Esteras. Según las palabras del actual Ministro General de la Orden, el padre José Rodríguez Carballo, este capítulo de las esteras ha querido ser “un momento intenso de testimonio al mundo como fraternidad y de reflexión sobre los temas fundamentales de nuestra vida”. Estas jornadas franciscanas se destinaron a reflexionar sobre la acogida, el testimonio, el significado de la penitencia y del ayuno, y la gratitud, pero sobre todo a reflexionar sobre el compromiso misionero, ya que ustedes, los franciscanos, son la primera Orden misionera. San Francisco es el primer fundador que escribe en su regla un capítulo para la misión en tierras cristianas y el primero también en escribir un capítulo para la misión “ad gentes”, es decir, para aquellos que eran enviados entre los sarracenos y otros no cristianos.
Al concluir este nuevo Capítulo de las Esteras, unos 4500 hermanos y hermanas de la entera familia franciscana quisieron ir al encuentro con el Papa Benedicto XVI en la audiencia del 18 de abril, como una renovación o actualización de aquel primer encuentro de san Francisco con el Papa Inocencio III. No podía ser de otra mejor manera. Se reunió la familia franciscana en sus cuatro ramas y con sus respectivos ministros generales, algunos obispos franciscanos y el obispo de Asís, Domenico Sorrentino, representando a la Iglesia local, patria de san Francisco y, espiritualmente, de todos los franciscanos; todos congregados en torno al Papa, Vicario de Cristo en la tierra.
En su saludo precedente al Papa, el Ministro General de los franciscanos, había señalado que en esos días anteriores del Capítulo, “como hermanos y pequeños, hemos vuelto a escuchar la llamada a llevar la paz y la reconciliación a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo y a compartir con ellos nuestra única Riqueza: el Bien, todo Bien, el sumo Bien, el Señor vivo y verdadero”… Le pedimos, solicitó al Papa, que confirme una vez más este santo propósito de vida, para que, como dice nuestra Regla, “siempre súbditos y a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y la humildad y el santo Evangelio del Señor nuestro Jesucristo que hemos prometido firmemente”.
Estas palabras, como las que dijo san Francisco al Papa Inocencio III, fueron pronunciadas con la unción del Espíritu, en nombre de toda la Orden y de acuerdo a las convicciones más hondas que animan su vocación eclesial, según lo expresa la misma Curia General: “Ciertamente, nuestra forma de vida, en la medida en que es vivida, constituye una fuerza de contestación de la mediocridad y de la flaqueza de las personas y de las estructuras. Pero al mismo tiempo, a ejemplo de Francisco, queremos ser en la Iglesia hombres de paz y de reconciliación, amando a todos nuestros hermanos cristianos, y testimoniando obediencia y respeto a los Obispos y sobre todo al Señor Papa” (La Orden Hoy, Madrid. 11).
El Papa pronunció una hermosa alocución y a la medida del gran acontecimiento secular que se celebraba. Conviene para nuestro propósito en esta charla seleccionar y citar aquellos textos del mensaje del Santo Padre que tienen su peso específico y hacen referencia al sentido eclesial de la Orden Franciscana.
“Ante todo deseo unirme a vosotros en la acción de gracias a Dios por todo el camino que os ha hecho realizar, colmándoos de sus beneficios”. No están solos en esta acción de gracias; a través del Santo Padre toda la Iglesia se alegra y eleva su acción de gracias con ustedes, porque su peregrinación a lo largo de estos siglos se ha realizado en y con la Iglesia de Cristo, un camino con frecuencia abrupto y difícil de andar, tanto a nivel personal como comunitario. Lo beneficios alcanzados tampoco han sido una ganancia exclusiva para la familia franciscana, sino que han sido los mismos recursos humanos y materiales que ustedes han invertido para un mejor servicio en la Iglesia. Por lo mismo, esta acción de gracias a Dios, de quien todo bien procede, deberá ser continua y con toda la Iglesia.
El Papa amplía y matiza su acción de gracias a Dios por la presencia de la familia franciscana en la Iglesia: “Como pastor de toda la Iglesia, quiero darle gracias (a Dios) por el precioso don que vosotros mismos sois para todo el pueblo cristiano. Del pequeño arroyo manado a los pies del monte Subasio, se ha formado un gran río, que ha dado una contribución notable a la difusión universal del Evangelio”. Seguramente cuando Cristo se dirigió a su Padre en la oración sacerdotal de la última cena pensaba en ustedes cuando dijo: Gracias, Padre, porque éstos eran tuyos y Tú me los diste ( ). En verdad que ustedes son un don muy preciado para la Iglesia universal. Por señalar un ejemplo cercano, quiero mencionar la presencia, testimonio y labor de pastoral integral que realizaron los primeros frailes franciscanos que llegaron a estas tierras tlaxcaltecas. Sus hermanos de religión han dejado una huella imborrable en esta Diócesis que no se puede comprender hoy sino a la luz de su labor misionera.
En cada uno de ustedes se sigue cumpliendo hoy la implorada bendición de san Francisco al final de su testamento: “Y todo el que observe estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Defensor y con todas las virtudes del cielo y todos los santos”.
El Papa continúa: “Sabemos qué importante fue para Francisco el lazo con el obispo de Asís de entonces, Guido, quien reconoció su carisma y lo apoyó. Fue Guido quien presentó a francisco al cardenal Juan de San Pablo, el cual después lo presentó al Papa favoreciendo la aprobación de la Regla. Carisma e institución son siempre complementarios para la edificación de la Iglesia”. Recordemos que los carismas son dones que concede el Espíritu Santo a la Iglesia para el bien de ella misma. El carisma franciscano viene a ser un aporte original para la vivencia radical del Evangelio con sencillez y alegría, pero esta experiencia profunda de fe sólo tiene cabal sentido si se vivencÍa en la misma institución fundada por Jesucristo que es su Iglesia.
Sobre este punto leamos lo que nos dice la Curia General en su documento “la Orden Hoy”, Madrid n. 11: “Aun reconociendo que el rostro de la Iglesia, tal como los cristianos lo reflejamos, aparece algunas veces desfigurado, queremos amar a esta Iglesia con todo el corazón y permanecer en su comunión. Sabemos que sólo en ella podemos acoger y desarrollar nuestro carisma, ya que ella es la enviada para mantener en el mundo la fe en Dios, y la presencia viva de Jesús y de su Espíritu, y para trabajar por el advenimiento del Reino de Dios” (cf. Lc. 17,20-21).
Se trata de un carisma extraordinario que supera el tiempo y que ha querido desde el principio someterse al discernimiento de la autoridad de la Iglesia para insertar, abundando en la idea del Papa, el pequeño “nosotros” de la entonces naciente comunidad de frailes en el gran “nosotros” de la Iglesia una y universal.
El joven Francisco, precisamente en la presencia de su obispo de Asís, devolvió todos sus bienes a su padre y se despojó aun de sus mismas ropas hasta quedar completamente desnudo: “Percatándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor y constancia, se levantó al momento y, acogiéndolo entre sus brazos, lo cubrió con su propio manto. Comprendió claramente que se trataba de un designio divino y que los hechos del varón de Dios que habían presenciado sus ojos encerraban un misterio. Estas son las razones por qué en adelante será su protector. Y, animándolo y confortándolo, lo abrazó con entrañas de cridad”, reza la Vida Primera de Tomás de Celano n.15. No se trata de un acontecimiento sin relevancia el que lo haya hecho ante el obispo y que, a partir de entonces recibiera su orientación y protección. Aquí podemos empezar a reconocer la mano de Dios que fue tejiendo su obra en Francisco, siempre bajo la mirada, orientación y aceptación de la Iglesia.
Desde un principio Francisco, percibiendo algunas amenazas externas y previendo que entre los mismos hermanos podrían ocurrir percances contrarios a la santa paz y la unidad, sintió la necesidad de poner su carisma al servicio de la Iglesia y de procurar la relación- comunión con la jerarquía para favorecer el desarrollo de la orden. Así lo expresa él mismo en la interpretación de una visión que tuvo en sueños. Ve una gallina pequeña y negra, semejante a una paloma doméstica, con las piernas y las patas cubiertas de plumas. La gallina tenía incontables polluelos, que, rondando sin parar en torno a ella, no lograban todos cobijarse bajo las alas. Despierta el varón de Dios, repasa en su corazón lo meditado y se hace intérprete de su propia visión: “Esa gallina-se dice- soy yo, pequeño de estatura y de tez negruzca, a quien por la inocencia de vida debe acompañar la simplicidad de la paloma, la cual, siendo tan extraña al mundo, vuela sin dificultad al cielo. Los polluelos son los hermanos, muchos ya en número y en gracia, a los que la sola fuerza de Francisco no puede defender de la turbación provocada por los hombres, ni poner a cubierto de las acusaciones de lenguas enemigas. Iré, pues, y los encomendaré a la santa Iglesia romana, para que con su poderoso cetro abata a los que les quieren mal y para que los hijos de Dios tengan en todas partes libertad plena para adelantar en el camino de la salvación eterna. Desde esa hora, los hijos experimentarán las dulces atenciones de la madre y se adherirán por siempre con especial devoción a sus huellas venerandas. Bajo su protección no se alterará la paz en la Orden ni hijo alguno de Belial pasará impune por la viña del Señor.
Ella que es santa emulará la gloria de nuestra pobreza y no consentirá que nieblas de soberbia desluzcan los honores de la humildad. Conservará en nosotros inviolables los lazos de la equidad y de la paz imponiendo severísimas penas a los disidentes. La santa observancia de la pureza evangélica florecerá sin cesar en presencia de ella y no consentirá que ni por un instante se desvirtúe el aroma de la vida”. Esto es lo que el santo de Dios únicamente buscó al decidir encomendarse a la Iglesia; aquí se advierte la previsión del varón de Dios, que se percata de la necesidad de esta institución para tiempos futuros. (Celano. Vida segunda n. 24).
El mismo Celano en la Vida segunda n. 25 nos narra cómo Francisco pidió al Papa que el obispo de Ostia pudiese acompañar a esta familia religiosa en su nombre. Después de predicar conversa familiarmente por algún tiempo con el papa y le hace esta petición: “Como sabéis, señor, los pobres y despreciados no pueden llegar fácilmente a tan alta majestad. Tenéis el mundo entero en vuestras manos y las enormes preocupaciones no os dejan tiempo para ocuparos de asuntos de menos monta. Por eso, señor-concreta Francisco-, acudo a las entrañas de vuestra santidad, para que nos concedáis con veces de papa, al señor obispo de Ostia aquí presente, para que, sin mengua de vuestra dignidad, que está sobre todas las demás, los hermanos puedan recurrir en sus necesidades a él y beneficiarse con su amparo y dirección”.
Agradó al Papa esta santa petición, y, como había pedido el varón de Dios, confió luego la Orden al señor Hugolino, que era entonces obispo de Ostia. El santo cardenal toma a su cuidado la grey que se le confía, y, hecho padre solicito de la misma, fue hasta su dichosa muerte su pastor y director. A esta sumisión especial se debe la prerrogativa de amor y solicitud que la santa Iglesia romana nunca cesa de manifestar a la Orden de lo Menores. Ustedes, hermanos franciscanos, han sido a través del tiempo un regalo para la Iglesia de Cristo, no sólo por que han crecido en número y están diseminados por todo el mundo, sino ante todo porque han decidido vivir el evangelio radicalmente y ayudar a que muchos más lo hagan vida.
Por eso escuchemos la voz del Papa:
“Y aquí llegamos al punto que se coloca en el centro de nuestro encuentro. Lo resumiré así: el Evangelio como regla de vida.”La Regla y vida de los frailes menores es ésta, es decir, observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo”: así escribió Francisco al principio de la Regla sellada (Rb 1, 1: FF, 75). El se comprendió totalmente a sí mismo a la luz del Evangelio. Esto es lo que fascina de él. Ésta es su perenne actualidad. Así el pobrecillo se convirtió en un Evangelio viviente, capaz de atraer a Cristo a los hombres y mujeres de todo tiempo, especialmente a los jóvenes, que prefieren la radicalidad a las medias tintas”. Con el Papa yo puedo decir que ustedes han acertado en lo esencial y con ello han contribuido a que la Iglesia cumpla su misión en medio de los hombres: llevar el anuncio gozoso del Evangelio de Jesucristo a toda creaturaen la forma de vida cristiana más simple y más completa.
Como asegura el Papa, especialmente muchos jóvenes por todo el mundo han encontrado en san Francisco un modelo de vida, una fuente atractiva de inspiración para seguir a Jesucristo. Se ha dicho que con frecuencia los jóvenes de hoy son superficiales y comodinos, pero cuando se les proponen, con el testimonio y de manera convincente, los más altos ideales, ellos son capaces de entregar, si es preciso, su vida por la conquista de esas metas. En este sentido, el encuentro, seguimiento y anuncio de Cristo Jesús al estilo del carisma franciscano, sigue siendo una propuesta válida y atractiva para la juventud actual, la cual sólo necesita de su cercanía y la fuerza de su testimonio auténtico. Por eso mismo, el Papa invitó a los franciscanos a “volver siempre al origen” de su espiritualidad, a la radicalidad del Evangelio, frescura perenne de una vocación que es un don para todos, Evangelio traducido en vida para la eterna juventud de la Iglesia y para la paz de la familia humana.
Continuamos con la alocución: “Francisco habría podido no ir a ver al Papa. Muchos grupos y movimientos religiosos se estaban formando en aquella época, y algunos de ellos se contraponían a la Iglesia como institución, o por lo menos no buscaban su aprobación. Seguramente una postura polémica hacia la jerarquía habría procurado a Francisco no pocos seguidores. En cambio, él pensó en seguida el poner su camino y el de sus compañeros en las manos del obispo de Roma, el sucesor de Pedro. Este hecho revela su auténtico espíritu eclesial. El pequeño “nosotros” que había empezado con sus primeros frailes lo concibió desde el inicio dentro del gran “nosotros” de la Iglesia una y universal”. Numerosos movimientos evangélicos tuvieron que afrontar, en los siglos XII y XIII, el problema y, con frecuencia, los escándalos en la Iglesia. Muchos de ellos se situaron contra la Iglesia, porque les parecía infiel al Evangelio que querían vivir. Francisco, aun sufriendo las flaquezas de la Iglesia medieval, quiso de una vez por todas situarse y permanecer en la plena comunión con ella. Y no fueron razones de oportunismo las que le movieron a obrar así, sino un amor profundo, y una obediencia sincera a la voluntad de Cristo, quien confió su Iglesia a Pedro y a sus sucesores. Esta Iglesia, estructurada en sus distintos ministerios, era para Francisco el lugar privilegiado donde resuena la auténtica Palabra de Dios, y donde Jesús se manifiesta en sus sacramentos. Conociendo las debilidades que había en la Iglesia, no cesó de amarla y de considerar a los clérigos como maestros y señores suyos, consciente de ser él mismo pecador (La Orden Hoy, Curia General, n.9).
Como escribe Uribe, F. en La Regla Franciscana, Letra y Espíritu: “La historia demuestra que las búsquedas del Evangelio al margen de la comunidad eclesial han llevado con frecuencia a lecturas arbitrarias y abusivas, a considerar las propias ideas como directa revelación de Dios y a asumir actitudes extrañas. Ya en la primitiva comunidad cristiana san Pablo precisó con claridad que los carismas deben ser discernidos por la comunidad eclesial. Este criterio, iluminado por la experiencia de Francisco, podría ser un buen punto de referencia cuando se presentan los inevitables momentos de tensión en la vida de la Iglesia”.
“Y el Papa reconoció esto y lo apreció. También el Papa, de hecho, por su parte, habría podido no aprobar el proyecto de vida de Francisco. Es más, podemos imaginar que entre los colaboradores de Inocencio III alguno debió aconsejarle en este sentido, quizás precisamente temiendo que aquel grupito de frailes se pareciera a otras agrupaciones heréticas y pauperistas del tiempo. En cambio, el romano pontífice, bien informado por el obispo de Asís y por el cardenal Juan de san Pablo, supo discernir la iniciativa del Espíritu Santo y acogió, bendijo y animó a la naciente comunidad de los “frailes menores”.
“El obispo de Asís, Guido, y después el Papa Inocencio III reconocieron en el propósito de Francisco y de sus compañeros la autenticidad evangélica, y supieron animar su empeño en vista también del bien de la Iglesia”. Sin duda que esta fue una labor de discernimiento. Prevaleció en la Iglesia la propuesta evangélica de un hombre sencillo frente a decisiones y posiciones de gran peso. No basta en la Iglesia tomar acuerdos o consensos, al estilo de muchas organizaciones humanas. Es necesario dejarnos conducir siempre por el Espíritu Santo y preguntarnos continuamente qué quiere Dios de nosotros o por dónde quiere su Espíritu Divino conducir a su Iglesia.
“Queridos hermanos y hermanas, han pasado ocho siglos y hoy habéis querido renovar el gesto de vuestro fundador”. Lo mismo debo decirles yo a ustedes en este día en que como Provincia Franciscana del Santo Evangelio han querido renovar ante mí el gesto de su fundador, para expresar su amor, fidelidad y obediencia a la Iglesia de Jesucristo en la persona del Papa y los obispos, sucesores de los apóstoles.
Al tiempo que les pido perdón por las heridas que hayan recibido a nombre de la Iglesia través de la historia, les expreso mi admiración por la repuesta generosa que van dando a su vocación, les ofrezco mi cariño y cercanía como obispo servidor y les prometo el amor de la Iglesia para cada uno de ustedes y para toda la Orden. La renovación de su sentido eclesial que viviremos en unos momentos en la Eucaristía será fuente de gracias y bendiciones abundantes para ustedes y la entera familia franciscana. El mismo padre González Carballo, junto con el Ministro general de los Conventuales y de los Capuchinos, hizo esta renovación de la profesión ante el Papa Benedicto XVI a nombre de ustedes, consciente del espíritu que hoy anima a toda la Orden, según lo manifiesta la Curia General en los números 9 y 10 de “La Orden Hoy”: Las estructuras de la Iglesia son hoy frecuentemente objeto de crítica, pues constituyen, al parecer de muchos, como un obstáculo a la fe y al Evangelio. Las críticas y la contestación con respecto a la ¬¬¬¬-“institución” adquieren tonos vehementes y duros, y muchos, también entre nosotros, la abandonan, aunque solo sea interiormente… Esta profundización de la fe, a la que nuestra vocación y la situación actual nos obligan, no puede emprenderse ni llevarse adelante, sin desfallecer, más que en la comunión de la Iglesia. El sentido de la Iglesia y el servicio a la misma son parte integrante de nuestra vocación.
“Queridísimos, la última palabra que quiero dejaros es la misma que Jesús resucitado entregó a sus discípulos: “¡Id!” (Cfr Mt. 28, 19; Mc. 16, 15). Id y seguid “reparando la casa” del Señor Jesucristo, su Iglesia”, la ruina de las personas y comunidades. “Como Francisco, empezad siempre por vosotros mismos. Seamos nosotros en primer lugar la casa que Dios quiere restaurar. Si sois siempre capaces de renovaros en el espíritu del Evangelio, seguiréis ayudando a los pastores de la Iglesia a hacer cada vez más hermoso su rostro de esposa de Cristo. Esto es lo que el Papa, hoy como en los orígenes, espera de vosotros”. Se trata de un envío a la compleja y desbordante realidad de nuestro mundo actual que nos plantea múltiples retos. Es el eco de aquella voz que Francisco escucho del Cristo de san Damián para invitarlo a dar un rostro más atractivo a la Iglesia, el mismo rostro de Jesús resucitado. Ustedes han consagrado su vida a la evangelización y éste será también su compromiso para el futuro. Pero es indispensable comenzar por la restauración de nosotros mismos, desde el llamado exigente a la conversión que nos recuerda Aparecida, y empeñarnos también por construir la unidad hacia dentro de la Orden misma, para estar mejor dispuestos y enriquecer la unidad de toda la Iglesia, a fin de que el mundo crea que Cristo es el enviado del Padre. Él podía haber hecho las cosas de otra manera, pero se ha puesto en nuestras manos. Depende de nosotros, de nuestra manera de vivir unidos como Iglesia, que Él sea aceptado en el corazón de muchas otras personas. En una palabra, es un grito esperanzador para hacer juntos el camino de discípulos- misioneros del Señor, para que nuestros pueblos en Él tengan Vida.
Los contenidos de esta alocución del Santo Padre son, en boca del Ministro General, “invitaciones que nos llegan del Señor Papa en un momento muy significativo: la celebración de la gracia de los orígenes, y en vísperas de nuestro Capítulo general ordinario que tendrá como tema principal la evangelización-misión. Son indicaciones que, si son acogidas con docilidad al Espíritu e incorporadas a nuestros proyectos de vida y misión, contribuirán significativamente a dar calidad a nuestra vida y misión, objeto último de este Centenario que estamos celebrando de la fundación de nuestra Orden”.
Con la simplicidad de los pequeños agradecemos a Dios el carisma franciscano que hizo brotar en el seno de la Iglesia a través del pobre Francisco y le ofrecemos con esta renovación el empeño sincero por vivir según la forma del santo Evangelio en este siglo XXI.
A manera de conclusión, enuncio en forma de cuestionamientos y afirmaciones algunas claves de ulterior reflexión que nos puedan llevar a aplicaciones pastorales en las distintas realidades diocesanas donde los frailes menores se hacen presentes:
Tomando en cuenta que la Iglesia católica, universal se hace visible en las iglesias particulares, ¿De qué manera el carisma franciscano puede enriquecer la acción misionera de la Iglesia en una Diócesis?
Puesto que todo presbítero comparte el sacerdocio de Cristo a través del obispo.
¿Cómo debe ser la relación entre los frailes franciscanos y el obispo de la diócesis donde radican?
¿Cómo se puede compaginar la vida comunitaria con los hermanos y la acción pastoral cotidiana inmersa en un plan diocesano?
¿Cómo se enriquece la vida religiosa franciscana en el contacto con la pastoral diocesana?

Francisco Moreno Barrón
+ Obispo de Tlaxcala

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